26 de noviembre de 2010

Premios y premiados

Anoche tuve la ocasión de asistir a una entrega de premios. Por vergüenza, que no por miedo, no diré dónde estuve ni a quién se le entregó. Volviendo a casa tras el trabajo escuché en la radio que en las últimas semanas, y en distintas circunstancias y contextos, habían sido varios los galardonados con unos u otros premios. Y que, en contra de lo políticamente correcto, los habían rechazado.
Recoger un premio debe ser hoy en día más un trámite que un honor. Digo debe ser porque yo jamás he sido premiada, y francamente, no está en el listado de mis prioridades serlo en un futuro cercano. Y digo trámite porque da la impresión de que, en una sociedad donde ya cada vez se habla menos de valores morales y más de valores bursátiles, premiar lo primero se me antoja una pantomina, tras la que en muchas, quizás demasiadas ocasiones, se esconde un interés mercantil: el del que compra la fidelidad del premiado, y el del que recoge la estatuilla y el sobre con billetes para seguir, después, la panza llena, con su camino.
Rebelarse ante eso, proceda de donde proceda el premio, me parece, como poco, de valientes. Lamentablemente nuestros medios de comunicación hablan poco sobre actos así. Ir contra corriente, lo llaman algunos. Bien, que lo llamen como quieran, a mí, más bien, me parece un ejercicio de coherencia.
Enhorabuena a los premiados.

24 de noviembre de 2010

La era de la educación

La editorial SM acaba de presentar esta misma mañana un interesante informe en el que dibuja el perfil de la juventud española del año 2010.
Datos que nos muestran una juventud alejada de los cauces de participación social. Son cada vez menos los jóvenes de entre 15 a 24 años que pertenece a alguna asociación o colectivo: sólo 19 de cada 100.
En la línea de lo que parece es una actitud de desencanto discurre también la conciencia social y medioambiental de estos españoles: Ha aumentado de forma considerable el porcentaje de jóvenes que considera que el equilibrio de la naturaleza resiste el impacto de los países desarrollados o en desarrollo. Un 42% lo piensa así. Y más de la mitad de la muestra de este estudio percibe que hay poca integración social. Detrás de esto se encuentra la falta de confianza en la gente. Se sienten poco solidarios y sienten que la sociedad en la que viven es poco solidaria.
¿Qué sucede? Nunca antes una generación había tenido tan rápido y cómodo acceso a la educación, nunca antes habían accedido a los foros de participación social y ciudadana de una forma tan sencilla. Nunca habían disfrutado de tantas facilidades para viajar, para intercambiar experiencias, para desarrollarse en todos los planos de lo humano. Pero, cosa curiosa, son ahora ellos los que dan la espalda a todas esas puertas que se les ha abierto.
Claro es que la juventud es un ente en sí mismo. Más claro es aún que en sus manos estará nuestro futuro. Pero puede que los adultos del siglo XXI nos miremos al espejo y nos sintamos tan superhéroes como aquellos que inspiraron nuestros sueños en la infancia, allá por los 70 y 80... Creémos que ahora, cerca ya de la cuarentena, somos inmunes a la adversidad, que permaneceremos ahí, arriba, donde nos prometieron que nos pondrían quienes pelearon por la democracia y las libertades. Nosotros fuimos su gran esperanza blanca, pero ahora ocurre que muchos no nos quieren dejar como legado una casa en ruinas, quizás prefieran derribarla esperando que levantemos de nuevo sus cimientos. No podemos seguir creyendo que heredaremos su triunfo y que de la alta capacidad formativa de nuestros hermanitos menores viviremos felices en nuestra ancianidad. A los que nos siguen los pasos la realidad les ha desbordado y, sencillamente, frente a eso, no ha hecho más que subir el volumen de su mp3 y bajar la mirada. Nos queda devolverles la ilusión y las ganas de participar. No hay más remedio que revitalizarnos y mineralizarnos, como diría superratón, y empujarles a que nos ayuden a construir una sociedad que se desmorona porque pesan demasiado los castillos en el aire que levantaron nuestros progenitores.

11 de noviembre de 2010

CARNE DE CAÑÓN

Reconozco mi ignorancia para tantas cosas... Hoy escribo sobre un hecho que en determinado momento de la vida nos sucede a todos. El sentirnos "carne de cañón". Pero, analicemos antes la expresión. "Carne de cañón", según The Free Dictionary viene a ser algo así como "Persona o grupo de personas a las que se expone sin miramientos a sufrir cualquier clase de da daño". Las cosas como son, a mí, hoy en día una web como la de The Free Dictionary me da tanta confianza como la RAE. Para qué vamos a engañarnos. A los que ya somos padres se nos erizan los pelos de pensar que dentro de nada nos tocará repasar el alfabeto junto a nuestros hijos y que tendremos que vérnoslas con fórmulas tipo "ye" en lugar de la "i griega". En fín, hasta los sillones de la academía parece haberse instalado este lacrimógeno estado de miseria del que, también, el desastre heleno, nos ha estado reportando interesantes titulares en los últimos tiempos.
Comencé hablando sobre mi ignorancia, y así me despediré hoy. Soy una perfecta ignorante en los tiempos en que todo es sabido, analizado y cuestionado a la misma velocidad que está sucediendo. No creo que sea una tara que me impida ejercer mi profesión. En el periodismo hay tantos géneros como profesionales, y tan buen comunicador es aquel que "tuitea" (con perdón) absolutamente todo lo que acontece a su alrededor, como el que se sienta, mira su alrededor, afina la vista y procura entender lo que tiene delante, o lo que le acaba de pasar hace un rato, lo repasa mentalmente, lo coteja con otros acontecimientos, e intenta dar cumplida y rigurosa cuenta de lo que ha experimentado. Porque la verdad absoluta no existe, y no hay más necio que el que la proclama a los cuatro vientos.