9 de julio de 2014

Por qué nos ganan los malos

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Podría ser el título de una comedia en clave futbolera, ahora que el Mundial de Brasil enfila su recta final, tras la debacle del anfitrión frente a Alemania, y también mientras nos quitamos el amargor de nuestro efímero y pobre paso por el torneo con el dulzor que deja la venganza cobrada contra el aficionado canarinho que nos maltrató con sorna.


Pero es más… Preguntarse por qué nos ganan los malos es buscar razonamiento donde no lo hay. Porque el malo no siempre agrede y eso descoloca a cualquiera. 


Un malo de libro tiene la mirada fría y penetrante, a su alrededor se hace un silencio atronador y no se caracteriza por su sonrisa. De ahí que al toparnos con un malo más malo (por malo aquí hay que aceptar “falso” o “engañoso”) no sepamos por donde nos va a venir el golpe… Y paso a relatar.


La fortuna me ha puesto por el camino malos de libro, malas de libro, y, en los últimos tiempos, malos de postín. Son estos últimos especialmente letales, puesto que se hacen invisibles en una primera incursión en tu vida y, para cuando ya les has “calado” es demasiado tarde.


Tiraron a la basura el manual del perfecto malvado y gastan por toda arma una impasibilidad rayana en la apatía y la hipotensión… porque a priori parece que todo les es ajeno… pero no con el porte chulesco del que así lo demuestra, sino con la desgana y laxitud de quien no tiene muchas ganas de ser malo, simplemente lo es por no ser bueno. Nada más que añadir.


Palabras como empatía y sensibilidad son las antípodas de estos personajillos que pasan por el mundo sin pena ni gloria, sin dejar apenas una estela visible siquiera a pesar de su visible tonalidad plomiza; porque su condición de grises es notoria cuando te detienes a analizarlos.


Llevan a su favor el mostrarse tal cuales son. Probablemente a ellos con eso les baste, creyéndose auténticos aún en su mediocridad se sentirán aliviados tras sacudirse la polvareda que sigue a sus estropicios.


Recientemente he podido comprobar cómo trabajan, lo he visto bastante de cerca, a riesgo de ser yo su próxima víctima. Desconozco si esa ausencia de visceralidad en su comportamiento es un mecanismo de defensa o simplemente una carencia severa que tratarse con un especialista. Pero ya me cansé de psicoanalizar a todo bicho viviente, máxime si éste tiene ya suficiente recorrido vital como para habérselo hecho mirar él solito.


Solo añadiré que en su juego nuestra derrota moral es sólo el comienzo. Incluso antes de ver caer su zarpazo podemos sufrir y ahogarnos sintiéndonos víctimas de tan insulsa maldad (que no por nimia es virulenta). Pero la desgracia no se acaba aquí, porque ni a la víctima más fría se le escapa un arrebato de cólera contra el malhechor. Y sin embargo, en muchos casos, ante estos esperpentos de malvados no nos salen ni los insultos. 

Lástima, porque probablemente de eso sí que necesitarían más de una dosis.