Podría ser el título de una comedia en clave futbolera,
ahora que el Mundial de Brasil enfila su recta final, tras la debacle del
anfitrión frente a Alemania, y también mientras nos quitamos el amargor de
nuestro efímero y pobre paso por el torneo con el dulzor que deja la venganza cobrada
contra el aficionado canarinho que nos maltrató con sorna.
Pero es más… Preguntarse por qué nos ganan los malos es
buscar razonamiento donde no lo hay. Porque el malo no siempre agrede y eso
descoloca a cualquiera.
Un malo de libro tiene la mirada fría y penetrante, a su
alrededor se hace un silencio atronador y no se caracteriza por su sonrisa. De
ahí que al toparnos con un malo más malo (por malo aquí hay que aceptar “falso”
o “engañoso”) no sepamos por donde nos va a venir el golpe… Y paso a relatar.
La fortuna me ha puesto por el camino malos de libro, malas
de libro, y, en los últimos tiempos, malos de postín. Son estos últimos
especialmente letales, puesto que se hacen invisibles en una primera incursión
en tu vida y, para cuando ya les has “calado” es demasiado tarde.
Tiraron a la basura el manual del perfecto malvado y gastan
por toda arma una impasibilidad rayana en la apatía y la hipotensión… porque a
priori parece que todo les es ajeno… pero no con el porte chulesco del que así
lo demuestra, sino con la desgana y laxitud de quien no tiene muchas ganas de
ser malo, simplemente lo es por no ser bueno. Nada más que añadir.
Palabras como empatía y sensibilidad son las antípodas de
estos personajillos que pasan por el mundo sin pena ni gloria, sin dejar apenas
una estela visible siquiera a pesar de su visible tonalidad plomiza; porque su
condición de grises es notoria cuando te detienes a analizarlos.
Llevan a su favor el mostrarse tal cuales son. Probablemente
a ellos con eso les baste, creyéndose auténticos aún en su mediocridad se
sentirán aliviados tras sacudirse la polvareda que sigue a sus estropicios.
Recientemente he podido comprobar cómo trabajan, lo he visto
bastante de cerca, a riesgo de ser yo su próxima víctima. Desconozco si esa
ausencia de visceralidad en su comportamiento es un mecanismo de defensa o
simplemente una carencia severa que tratarse con un especialista. Pero ya me
cansé de psicoanalizar a todo bicho viviente, máxime si éste tiene ya
suficiente recorrido vital como para habérselo hecho mirar él solito.
Solo añadiré que en su juego nuestra derrota moral es sólo
el comienzo. Incluso antes de ver caer su zarpazo podemos sufrir y ahogarnos
sintiéndonos víctimas de tan insulsa maldad (que no por nimia es virulenta). Pero la desgracia no se acaba aquí, porque ni a la víctima más fría se le
escapa un arrebato de cólera contra el malhechor. Y sin embargo, en muchos
casos, ante estos esperpentos de malvados no nos salen ni los insultos.
Lástima,
porque probablemente de eso sí que necesitarían más de una dosis.