2 de noviembre de 2012

Buscando un título para la historia (capítulo II)

Sentada sobre un baúl viejo, Quince había decidido sacar de su interior sólo un momento antes la carpeta en la que guardó todas las cartas que nunca llegó a enviar a Michael. La primera en aparecer en sus manos fue ésta, fechada un 1 de noviembre, Día de Todos los Santos:
Querido Michael:
Como sé que no me lees ahora no puedo ruborizarme. Me aproximo a la pantalla un centímetro más mientras te escribo para que el blanco de la página imprima mi personalidad ahora que no puedes verme mientras lo escribo. No me lees y no me ves. Es una suerte. Quisiera seguir así por mucho tiempo para no desestabilizarme. ¡Qué miedo me da tenerte cerca!
Cuando en ocasiones siento un arranque de valentía, te propongo un juego irónico. Pero no lo pillas. ¿De verdad no sabes qué pretendo? Me viene bien, lo reconozco. Cualquier otro indicio por tu parte podría desmontar mis planes… o alimentarlos más. Aunque no creo que nada alimente más lo que me mueve que ese desinterés tan tuyo.
Creo que me estoy confundiendo soberanamente contigo. Y, ahora que lo pienso, prefiero aprenderlo por mí misma antes de que tú me lo demuestres.
Dame las coordenadas para llegar, o si lo prefieres, anótalas para salir de esta curvilínea ruta en la que me he metido yo sola. En cualquier caso, esta vez, el camino quiero seguirlo yo.

Quince.

Ya había amanecido y era hora de salir. Levantó la manta verde que la cubría y allí apareció la motocicleta que tanto dinero y esfuerzo le había costado comprarse hacía seis años. Sólo era cuestión de suerte. Ella sabía que todo, o nada, podría salir bien. Y esta vez no había grises. Había pasado más de media vida esperando una respuesta a su mayor porqué: la respuesta que explicaría sus cambios, sus faltas de ánimo absoluto, su desorientación pasajera, o esas energías inexplicables en una muchacha por lo demás, frágil e insegura. Y en ese trayecto vital, mientras se volvía a preguntar una y mil veces… “¿por qué me pasa esto?” aprendió a aceptar todo lo que le iba sucediendo. Como si ella no fuera más que la actriz protagonista de su vida, como si en realidad alguien estuviera dirigiendo sus pasos, como si el guión ya estuviera escrito.
Cada cierto tiempo, Quince se paraba a reflexionar sobre aquello, y le gustaba saber que su “director” invisible, le había puesto algunas trampas pero siempre para terminar ayudándola a levantarse del suelo y volver a sonreir cuando miraba al sol con desafío. Por eso no quería rebelarse ante ello. En el fondo, nunca había aprendido a rebelarse ante nada. Y eso le daba miedo, porque sabía que carecía de una parte fundamental del entrenamiento que necesitaría. Había soportado graves golpes, sí, unos físicos y otros psíquicos. Y se le habían puesto por delante difíciles metas, algunas, que llegó a superar con esfuerzo y otras, que pudo alcanzar recorriendo parte del camino junto a otros… Pero no estaba preparada, no había entrenado jamás, en el arte de decir “BASTA”. Quizás, pensó, parar la historia, dejar que las páginas del guión de su vida se mojaran con la lluvia, sería como abortar su propia misión vital, para la que había sido llamada. Y entonces, justo cuando, a la mitad de su vida, se atrevió a pensar en ello, fue cuando Michael se cruzó en su camino.
- “Tendrá que sanarme. Seguro. O me matará. No habrá vuelta atrás. Esta vez yo lo decido”, - murmuró entre dientes mientras se cubría la cabeza con el casco. Delante de ella, una larga carretera la conduciría a su destino.


10 de octubre de 2012

DIEZ AÑOS NO SON NADA


No soy más buena que tú,
Ni más capaz,
Ni más fuerte...

He sobrevivido a las manecillas del reloj,
Igual que siempre han hecho mis antepasados...
Zurciendo descosidos... hilvanando sentimientos mojados y rotos...

No soy más grande que tú,
Mi sombra se ensancha más, pero también se diluye
Antes...

Gris, nublada, a veces transparente...
Pesa poco, no molesta,
Ni oscurece el trasiego de los viandantes.

No soy más capaz que tú,
Sigo unos impulsos demasiado primarios
Para llamarlos humanos

De tan puros son áridos
De tan irracionales, adorables como la mirada de un perro fiel...
Nacieron conmigo, no morirán hasta que yo no lo haya hecho...

No soy más coherente que tú,
Jamás sería eso... Ahí es donde sale mi máscara
Luce bella, la decoré yo misma...

Jugué años a dibujar su silueta y sí,
Creo que he conseguido engañarte...
Me desarmo sabiendo que nunca creerás que pueda desarmarme...

Pero ya lo he hecho, lo estoy haciendo ahora...
Entrego el escudo, lanzo al suelo la máscara...
No soy más fuerte que tú, soy débil y aún no lo sabes...

5 de octubre de 2012

Buscando un título para la historia... (capítulo I)

Sobre la carcasa oscura jugaban a caerse
Las esquirlas de la noche anterior…
Sorteaban una brisa húmeda que se esforzaba por echarlas abajo
Pero ni el temblor que las movía se atrevía a desprenderlas de su casa…
Los cimientos que sobre el suelo esponjoso
Habían levantado aquellas colosales columnas
Formaban el escenario inquietante
Ante el cual ella dormía enroscada sobre sus piernas
Los estertores de la gran fiesta aún resonaban en sus oídos
La sombra de la duda nubló su mente
¿Estaba viva o había muerto?
Una ráfaga de viento abatió violentamente su cabello
¿Realidad o ilusión?
Sobre palacio parecía ceñirse la tensa calma que precede a la tempestad...
Ni enfundada en mil capas de algodón
Ni vaciando todas las tinajas de la bodega del galeón quemado
Ella podía hacer que su sangre corriera violenta por sus venas
Era imposible alcanzar un mínimo de templanza en su interior
Los témpanos de hielo había quedado incrustados bajo su piel
Y las vibraciones de su Nokia no podían calmar aquel frío infernal
Decidió tomarse un Activia, y abrió el catálogo del Lidl que le habían pasado bajo la puerta esa misma mañana…
Luna Saturno 3 - 7/septiembre/2114 - Temperatura de la superficie: - 50º
El hallazgo dibuja en la cara de Michael Rodríguez una expresión de sorpresa infinita
Se encuentra en la mina T-23, a 100 kilómetros de profundidad
Acaba de quebrar una de las extrañas burbujas pétreas localizadas el día anterior por 3.14 DRO
En su interior descubre, perfectamente conservado, un sobre indiscutiblemente terrícola
Lo abre con avidez...
El texto está en castellano y data de hace más de 100 años...
Empieza a leer: "Sobre la carcasa oscura jugaban a caerse"
Hacía tres segundos que la bombilla del flexo acababa de estallar ante sus ojos
Mareada y aún nerviosa, sacó del cajón de las medicinas un bote de Betadine
Sus dedos sangraban como rodajas frescas de sandía en agosto
No quedaba un vaso limpio, las docenas que la tarde de antes
Había sacado brillo primorosamente se amontonaban sobre una caja de madera
“Dr. M. Rodríguez: Mina T-23. Desierto de Atacama. Chile” aún podía leerse
Deslizándose sobre las letras sobreimpresas en la caja, las gotas del ron barato
Que había consumido en las últimas horas dejaban en evidencia una vez más
Lo sola que volvía a estar… Y empezaba a atardecer, había que darse prisa…
Sabía que el instante de conjunción espacio/tiempo se produciría a las doce de la noche
Y no volvería a ser posible conectar el presente con el futuro hasta dentro de diez años...
Tenía que llegar a tiempo, la solución a todos sus males estaba en juego
Los elixires y brebajes sanatorios que el Dr. Michael Rodríguez había descubierto en 2114
la liberarían de semejante opresión.
Apretó el acelerador, tenía que recorrer 300 kilómetros hasta su laboratorio
Y el sol, empezaba a caer...
Resolvió sacar todos los LP que había guardado prendidos en una aguja de tejer
Y lanzarlos al aire, no iba a tener tiempo de entregárselos
Krawitz, Pachelbel, Morente… qué mas daba…
Por un instante se dejó caer en el viejo sofá y recordó el ataque de ira
Que había sufrido justo antes de irse la luz aquella madrugada:
“¡Yo estoy abajo y tú, arriba! ¡Maldito sea, es que no puedes verlo!”
Ronca y despeinada, su silueta se podía ver, balanceante al otro lado
De la calle, a través de las cortinas de bambú…
La conexión que iba a haber tenido lugar tres días antes falló en el último minuto
Algo se podía hacer aún, pero ya no dependía solo de ella…
El alcohol la consumía...
Ella estaba en la Tierra... Él, en Saturno 3.
Su palacio, viejo caserón de sus antepasados, había sucumbido a la fiesta y la gran tormenta posterior...
Había perdido la conexión espacio/tiempo y no podría hacerse a tiempo con las pócimas del doctor Michael
A no ser que desde el futuro le aguardase una salida inesperada capaz de rescatarla de su tormentoso presente
Pero no dependía sólo de ella...
Volvió a dar buena cuenta del vaso de ron que se inclinaba peligrosamente en sus manos
Y a modo de epitafio escribió la carta y la introdujo en la cabina quántica del laboratorio.
-          Quince… ¿por qué quince? ¿Tanto me odiaban? No lo entiendo…
¿Por qué no dieciséis, como mi mejor amiga? ¿U ocho, como aquella niña a la que atendí
Cuando los morteros le habían atravesado el tórax?-
Quince había salido de la facultad, con su título de enfermera en la mano
Justo el mismo día que Michael había atravesado su Harley en el jardín anexo al edificio
Del campus… Cuando ella, por un descuido, dejó caer el pergamino que la acreditaba
Profesionalmente. Sus padres le inculcaron el amor por la alquimia y por
Sustancias que no eran de este mundo… tal vez, por eso, ese nombre tan extraño.
-          Es por tu bien, cariño. Aquí te resultará superfluo, pero allá arriba lo necesitarás como salvoconducto- le explicaron el día que sopló la tarta de su décimo cumpleaños.
Su nombre era parte de su salvación... Había nacido con carencias fisiológicas inexplicables...
De alguna manera sus padres, científicos ambos, sabían que su organismo y su mente irían degenerando en la Tierra
Y fue precisamente Michael el elegido para viajar a Saturno 3 en busca de los elementos químicos que le salvarían la vida.
Luego, sobrevino el desastre. Los cálculos contenían errores y Michael quedó atrapado en el tiempo
No podía regresar ni enviar las sustancias sanatorias...
Hasta que leyó la última línea de la carta. "La sangre humana disuelve el oxígeno en el espacio. Es una locura, pero prueba".
Michael se hizo un corte y dejó caer dos gotas de sangre en la probeta electrónica de la nave
Y entonces, todo se encendió.

3 de abril de 2012

Víctimas del hikikomori

En silencio, algo cansada, y con un leve hilo de dolor en los ojos que se me enrosca tras las orejas y desciende, por ambos lados tras mi nuca, buscando el pecho, el centro de mi ser… tropecé accidentalmente con un periódico en formato papel.
Sorprendida porque hacía meses que no me descubría a mí misma acariciando esta textura y después de haber leído escandalizada algo sobre un violador que aún no ha recibido su pena… -un vil machista malnacido que operaba sin impunidad en una de las ciudades donde viví-, di, como es habitual en mí, un salto de pértiga sobre la sección de deportes y, tras meterme una nueva dosis de dolor cual anestesia epidural gota a gota recorriendo sobre ese hilo imaginario del que hablaba antes llegué a saber de una artista que se ha atrevido a hacer algo que a mí a veces me ha tentado tanto como temido.
Hablo de Eugenia Lim. Es una joven artista australiana que se ha sentido atraída por un fenómeno que en Japón es cada vez más habitual entre los jóvenes nipones. El hikikomori (http://www.youtube.com/watch?v=R5J8SrTCPt8).
No sé cómo empezar a hablar del fenómeno sin caer en la demagogia. Es un grado más de la adicción a la tecnología, o al menos así lo veo yo. Pero no me preocupa en tanto es un paso más por procurarse un contexto rico en medios de comunicación, sino por el elevado grado de aislamiento social que eso implica.
Miro a Eugenia Lim (http://stayhomesakoku.tumblr.com/) a través de ese agujero, la única ventana que ha tenido abierta al mundo durante una semana, y veo la más absoluta de las soledades. Veo la muerte, si es que acaso la muerte pudiera moverse, bailar, dormir, peinarse, mirarse ante un espejo. La veo a ella y salgo corriendo en busca de un espejo, porque igual mi conciencia se ha dormido y yo estoy ahí, formando parte de ese retrato.
Eugenia ha sido valiente y se ha metido en la boca del lobo. A muchas personas les cuesta trabajo reconocer que coquetean con el aislamiento más minutos al día de lo que la Organización Mundial de la Salud debiera permitir como saludable. No hablo de quien escapa a un monte a meditar, no hablo del ermitaño… Hablo de quien no respira más oxígeno que el que se encierra entre cuatro paredes; de quien sólo usa su retina para explorar en diferentes pantallas, por más que el HD le muestre la riqueza de los matices… Me he asustado. Casi tanto como cuando he leído la primera crónica de la que os hablaba esta noche, la del violador de esa ciudad del cinturón sur de Madrid; casi tanto como cuando he leído sobre las amenazas que caen contra una gran televisión pública española (la secuencia del veneno cayendo suave a lo largo del hilo me la dio James Bond… ¡una que es romántica!). Abrid cualquier día las páginas de un periódico en formato papel. Hacedlo, amigos míos. Os sorprenderéis con el cambio. He vuelto a experimentar que se puede estar solo, pero no aislado. No me llaméis demagoga por hablar de esto por aquí. Sé bien de lo que hablo, también hago televisión, y no por eso paso el día frente a ella. Cuando cerréis hoy vuestra sesión, desempolvad un diario. Descubriréis un mundo de sensualidad del que poco a poco nos estamos olvidando…