27 de febrero de 2020

Un regalo envuelto en palabras

El minutero alcanza las 12 en punto y ahí, exhibiendo toda su solemnidad, el ángulo recto en el reloj nos dice a ambas que ésta es la hora a la que teníamos que encontrarnos.

Tú, al igual que ya lo hiciera tu hermano cuatro años y medio antes, te empeñaste en alterar la hora de comida del doctor Oliver.
Al menos José dejó que llegara al café del postre, tú en cambio ya mostrabas tu impaciencia desde el principio.

Habías cruzado el umbral entre caras de sorpresa... La mía cuando las hábiles manos del tocólogo me mostraban un mechón negro de pelo que acababa de cortar cuando tu cabecita coronaba... La de él mismo, y seguro, la de tu padre, cuando fue preciso desatar el nudo que el cordón umbilical se había formado alrededor de tu cuello... 
Son recuerdos tan precisos que ahora me alegro de atesorar... Ahora que mi cabeza tiñe canosa, y ahora que me empeño en seguir pareciendo joven para que tú no olvides que aquí tienes a algo más que una madre. 

El tránsito hacia el desenlace no pudo ser más divertido en tu caso. Sonaba, aquel 2009, en la cabeza de muchos, aún, la cantinela de un spot de televisión en la que unos hippies decían lo de "paz y amor, y el plus, pá'l salón". Recuerdo cómo tu padre me seguía el rollo mientras esperábamos en el paritorio...  la epidural me había deslenguado hasta el punto de hacerme repetir entre risas ese tonto mantra, feliz de esperar nuestro encuentro, y con la tranquilidad de las madres expertas. 

Ver tus mofletes y adorarte, ya lo sabes hija, fue todo uno. 
Rebosabas esa salud ruda de quien se ha gestado en medio del estrés de una treinteañera, una medio niña-medio mujer, que ya empezaba a aprender a torear a sus fantasmas aunque aún no había perdido del todo esa candidez que me trajo tantas noches de lágrimas de impotencia.

Tu llegada cerraba un círculo que para mí ha sido más que perfecto. Completaste con tu presencia un proyecto que he intentado, en estos once años, compatibilizar con mi experiencia como profesional. Y juro que no cambiaría nada, aunque el sistema nos siga negando el pleno desarrollo al que tenemos más que justificados derechos las mujeres que además somos madres.

Tienes ahora la edad más bonita y más reveladora que yo misma hubiera pensado para tí. Socarrona y visceral como yo, sensata y firme como tu padre, alegre como nadie imagina, y tenaz, fuerte y luchadora como solo tú puedes serlo. Siempre le echo la culpa de ésto último a los baños a 15 grados que me dí en aquellos ríos subterráneos de la Riviera Maya cuando tú apenas sumabas unas pocas semanas en mi vientre. Entonces saliste a buscarme, a través del lenguaje de un delfín, y entonces supe que mi futura socia de viaje iba a ser una mujer de bandera.

Feliz cumpleaños, Paula. Es un orgullo ser tu madre.