La editorial SM acaba de presentar esta misma mañana un interesante informe en el que dibuja el perfil de la juventud española del año 2010.
Datos que nos muestran una juventud alejada de los cauces de participación social. Son cada vez menos los jóvenes de entre 15 a 24 años que pertenece a alguna asociación o colectivo: sólo 19 de cada 100.
En la línea de lo que parece es una actitud de desencanto discurre también la conciencia social y medioambiental de estos españoles: Ha aumentado de forma considerable el porcentaje de jóvenes que considera que el equilibrio de la naturaleza resiste el impacto de los países desarrollados o en desarrollo. Un 42% lo piensa así. Y más de la mitad de la muestra de este estudio percibe que hay poca integración social. Detrás de esto se encuentra la falta de confianza en la gente. Se sienten poco solidarios y sienten que la sociedad en la que viven es poco solidaria.
¿Qué sucede? Nunca antes una generación había tenido tan rápido y cómodo acceso a la educación, nunca antes habían accedido a los foros de participación social y ciudadana de una forma tan sencilla. Nunca habían disfrutado de tantas facilidades para viajar, para intercambiar experiencias, para desarrollarse en todos los planos de lo humano. Pero, cosa curiosa, son ahora ellos los que dan la espalda a todas esas puertas que se les ha abierto.
Claro es que la juventud es un ente en sí mismo. Más claro es aún que en sus manos estará nuestro futuro. Pero puede que los adultos del siglo XXI nos miremos al espejo y nos sintamos tan superhéroes como aquellos que inspiraron nuestros sueños en la infancia, allá por los 70 y 80... Creémos que ahora, cerca ya de la cuarentena, somos inmunes a la adversidad, que permaneceremos ahí, arriba, donde nos prometieron que nos pondrían quienes pelearon por la democracia y las libertades. Nosotros fuimos su gran esperanza blanca, pero ahora ocurre que muchos no nos quieren dejar como legado una casa en ruinas, quizás prefieran derribarla esperando que levantemos de nuevo sus cimientos. No podemos seguir creyendo que heredaremos su triunfo y que de la alta capacidad formativa de nuestros hermanitos menores viviremos felices en nuestra ancianidad. A los que nos siguen los pasos la realidad les ha desbordado y, sencillamente, frente a eso, no ha hecho más que subir el volumen de su mp3 y bajar la mirada. Nos queda devolverles la ilusión y las ganas de participar. No hay más remedio que revitalizarnos y mineralizarnos, como diría superratón, y empujarles a que nos ayuden a construir una sociedad que se desmorona porque pesan demasiado los castillos en el aire que levantaron nuestros progenitores.
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