Anoche tuve la ocasión de asistir a una entrega de premios. Por vergüenza, que no por miedo, no diré dónde estuve ni a quién se le entregó. Volviendo a casa tras el trabajo escuché en la radio que en las últimas semanas, y en distintas circunstancias y contextos, habían sido varios los galardonados con unos u otros premios. Y que, en contra de lo políticamente correcto, los habían rechazado.
Recoger un premio debe ser hoy en día más un trámite que un honor. Digo debe ser porque yo jamás he sido premiada, y francamente, no está en el listado de mis prioridades serlo en un futuro cercano. Y digo trámite porque da la impresión de que, en una sociedad donde ya cada vez se habla menos de valores morales y más de valores bursátiles, premiar lo primero se me antoja una pantomina, tras la que en muchas, quizás demasiadas ocasiones, se esconde un interés mercantil: el del que compra la fidelidad del premiado, y el del que recoge la estatuilla y el sobre con billetes para seguir, después, la panza llena, con su camino.
Rebelarse ante eso, proceda de donde proceda el premio, me parece, como poco, de valientes. Lamentablemente nuestros medios de comunicación hablan poco sobre actos así. Ir contra corriente, lo llaman algunos. Bien, que lo llamen como quieran, a mí, más bien, me parece un ejercicio de coherencia.
Enhorabuena a los premiados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario