8 de noviembre de 2019

Siglo XXI

Siglo XXI. No nos lo queríamos perder. Pero vivimos mal. Engañados. Nos quebramos la voz intentando hacer valer nuestra postura y nadie escucha. Pero por las múltiples pantallas que nos han sido puestas ante los ojos nos dicen que todo está ok.
Hasta nosotros mismos, que nos tragamos esos cuentos, nos dejamos llevar por esa mentira de nubes esponjosas y arco iris y en ocasiones, cuando peor nos sentimos, cuando más nos duele ese vacío, cuando somos mas conscientes de ese aislamiento impuesto, nos apuntamos a la fiesta y nos mostramos guapos, audaces y geniales, sacando a través de esas ventanas de cristal imágenes editadas de una vida que no es la nuestra. Le ponemos filtros a lo más simple para que la mentira que hemos creado parezca menos mentira, pero lo es.
Estoy a punto de cumplir 45 años. Y ya sé que no hay que votar el domingo solo con las vísceras, sino también con la cabeza. Pero como está demostrado que en los medios de comunicación (en tv solo vende la belleza, en internet la mentira) no vende una ojera, una sonrisa a medias, una piel cuarteada... Sino una tez barnizada, una carcajada histriónica o un cutis de porcelana yo, para ser mosca cojonera (que me encanta a mí una provocación), voy a sacar la basura a que le de el aire.

Por ser de barrio, y pobre, me perdí largas disertaciones sobre lo bueno de ser de la élite con mis padres... Bastante tuvieron ya ellos con sacarme adelante a mí y a mis tres hermanos. Me quedé sin clases particulares y sin grandes academias de idiomas que después, lo he visto en otros, le han abierto portales a algunos.

Por ser humilde y por tener que esforzarme un poco más que otros para sacar adelante mi carrera me pareció obsceno mentir, robarle méritos al de al lado, halagar y utilizar técnicas de persuasión para "escalar" en la vida y aquí me veo... En el mismo escalón profesional que alcancé tras conseguir mi primer trabajo, 25 años después y en la cúspide de mi carrera, mirando de reojo la cuesta abajo que me viene y apretando los dientes y los puños aunque solo sea para no salir disparada por el terraplén cuando empiece el descenso (que no tardará) y me dejará a los pies de la montaña, sirviendo de cómoda alfombra para que pasen sobre mí los tacones y los cueros relucientes de sus zapatos.

Por ser auténtica y dormir del tirón no me asocié con los grupos que chocaban con mi forma de pensar, y dejé que se fueran montando en esos vagones otras personas cercanas a mí, y les despedí con cariño y una sonrisa, esperando volver a verles...

Y ahora es cuando os relato la fábula del tren. Atentos porque encontrarán pocos animales de la fauna aunque algunos seguro que descubrirán hienas, buitres, serpientes, cachorritos peludos con ojitos kawaii (como dice mi hija) y leones, bastantes, de ambos sexos.

Va: Silbaba en la estación la llamada a últimos pasajeros y decidí sentarme y estirar mis piernas sobre la maleta para ver como salía el tren. Ví claro que no era el mío. Para embarcar exigían cierta ausencia de principios de los que no quería desprenderme y pensé que aunque al comienzo me costaría un poco más que a los  demás, la renuncia iba a verse compensada con el sol de la mañana y la fragancia de los jazmines... Así que me quedé.
Y las ruedas del tren comenzaron a moverse entonces. Miré hacia sus ventanas. El convoy estaba lleno pero pude distinguir entre la multitud caras conocidas del que ya era mi pasado... Les despedí en silencio, con una sonrisa y mis mejores deseos...
Pasó el tiempo y mientras yo ponía en marcha mi vida de cuando en cuando, desde la estación avisaban del paso de un tren. Fueron más trenes de paso que paradas en la vía y como yo lo sabía, no siempre me acercaba hasta allí, en ocasiones me subía al tejado de mi casa para ver el espectáculo.
Hubo algunos de aquellos viejos conocidos que de cuando a cuando le pedían al maquinista una vuelta por mi estación para saludarme... Habian conseguido un buen camarote pero les seguía gustando mirar por la ventana al detenerse el tren. Aunque nunca me invitaron a acompañarles a dar al menos una vuelta, a esos que vuelven cada cierto tiempo les sigo esperando con un café caliente y mis oídos listos para escuchar sus historias, el día, si llega, que decidan terminar su viaje...
Hubo otros que partieron y ya no han vuelto. Y a esos dudo mucho que los vuelva a encontrar. Y no me importa no hacerlo.
Además, y por desgracia para ellos, ha habido una tercera categoría de pasajeros a los que veo, con el rostro descompuesto por los cristales, cada vez que su tren, por un problema en su vía, ha tenido que desviarse y volver a pasar por mi estación... Sé que están desperados, pero no puedo ayudarles.
Mientras tanto, de mi andén para dentro, me he encontrado los mismos problemas que el resto de la gente. Y a estas alturas de la novela puedo decir que los he sabido torear con cierto éxito. He aceptado sacrificios en casi la misma medida que he trazado líneas rojas, y eso me deja muy buen sabor de boca y el mejor regalo que la vida me ha dado: una familia feliz, y normal.
Imagino que este relato escandalizará a la gente aventurera, a esos valientes de salón que por lema llevan el "si quieres, puedes", a los fieles de Paulho Coello, a los de las charlas TedX, y a otros fanáticos de la autoayuda, a los que han hecho suya la máxima de que salir de la zona de confort es bueno, saludable y aconsejable incluso y... Qué quieren que les diga, que yo creo que vida solo hay una y no es mi intención ahora malgastarla con experimentos.
Pero lo que sí tengo muy claro es lo que no voy a consentir. Y soy muy respetuosa con la jornada de reflexión, de ahí que mañana no haré proselitismo político de ningún tipo (justo mañana, que por circunstancias pasaré el día rodeada de gente que tiene una visión de la vida y la política muy distinta a la mía...).
Verán: llevo el estigma de ser mujer y madre en lo laboral y social. Los pilares de mi esencia, que son mi condición femenina y mi rol de madre me han hecho pagar un alto precio y como a mí, a la mayoría de mi género. Procedo de ese 80 por ciento de españoles que no es multimillonario y también enfermo y me desvelo porque mis hijos tengan la mejor formación. Me revuelvo al ver a niños durmiendo al raso en las noches de imvierno, me muero un poco cada día con cada mujer asesinada y me reconcome la rabia cuando asisto a cada noticia diaria de abusos sexuales. Me hierve la sangre al ver que en las cúpulas de poder solo hay hombres pero también he padecido el azote del hembrismo. Y hasta ahora dudaba en la manera de parar todo esto. Esa locura que a mí me desconcierta no debería pasar inadvertida al resto, porque en esencia todos somos hijos de la raza humana y el destino se puede volver en nuestra contra cuando menos lo esperemos.
Los últimos meses han sido para mí como el tablero de juego diabólico en el que la mayoría de actores politicos han movido sus peones para el combate. Han usado las que creen sus piezas, que no somos otros que nosotros mismos, para enfrentarnos... Usando de armadura herramientas tan inútiles como las banderas, los himnos o sus símbolos. Y yo ya tengo una edad en la que dejé de creer en unicornios y caballeros de brillante armadura. Este domingo tengo mi voto más decidido que nunca. Y solo espero que nada haga a nadie quedarse en casa.
Piensen en su vida. Repasen un poco su pasado, analicen su presente y calculen como quieren ver su futuro. No es un ejercicio tan difícil, es simplemente algo que como ciudadanos de una democracia hemos de hacer. Y por favor, no se dejen engañar por las apariencias. El poder, que nunca les tendrá a ustedes en sus buenos pensamientos, tiene los tentáculos muy largos, y a esta hora ya han penetrado en sus cocinas, salones, escritorios y mesitas de noche. Tienen millones de pantallas para hacerlo. Yo hoy, también lo intento, a través de ésta. Muchas gracias.

26 de agosto de 2019

Tras la tormenta

El aire huele a tierra mojada. Los sonidos aparecen limpios. El viento calma su enfado. La tierra abre sus poros. Y respira. Y respiro. Y eso prefiero mil veces, estar cuando acabe la tormenta. No remover polvo y agitar el aire por ir delante de ella. Somos más quienes necesitamos respirar que quienes deciden remover el lodo.


10 de agosto de 2019

Mentira, no estaba de vacaciones

Agazapada. Esperando varias señales. Indicios de que en otro lugar alguien aguardaba, como yo, a que la verdad le desbordarse.
Mi propia experiencia me ha vuelto recelosa a las frases lapidarias, soltadas así, sin más, por el mero hecho de encontrarlas bellas en boca de otros y hacerlas tuyas...
Mi indulgencia con el mal, y mi respeto al que piensa distinto a mi me convierten en un ser cauto, poco amigo de invocar eslóganes que ya no me creo ni yo...
La solución, o el problema, véalo usted como quiera, es que no estoy ciega. Y veo, y leo, y pienso. Y empiezo a conocer, y comienzo a comprender a mucha gente. A algunos que incluso tiempo atrás parecían muy diferentes a mi. Pero eso no me abochorna. Me hace sentirme más grande. Más sabia. Más en paz.
Doy gracias a lo que soy y a lo que tengo. Gracias a sentirme cada día más conectada al mundo. Aunque en muchas ocasiones, a veces, en demasiadas, me descubra sola, sin interlocutor alguno....escribiendo palabras de amor, de gratitud y de amistad, como estas....

26 de enero de 2019

Caso Julen: ¿Cacería mediática o cacería a los medios?


Llevo muchas horas haciéndome la misma pregunta: ¿debo o no debo opinar de esto? Más allá de que el sólo formulármela ya revele sin género de dudas parte de mi condición, lo que seguro indica es que el asunto me suscita más interrogantes que respuestas.

No me parece oportuno empezar sin dar las gracias a aquellas personas que han sido más rápidas que yo al elaborar su hipótesis y al publicarla con certeza y elegancia. Pretendo hacer lo mismo, sabiendo que, por no ofender y, por seguro, otras muchas razones, muy poca gente se encargará, una vez leída (de resistir tal tortura) de compartirla. Porque si mi sólo objetivo fuera ese, estaría yo sola boicoteando mi propio proyecto. Y no es tal mi intención.

Hablo de criticar abiertamente lo que algunos han empezado a llamar “el circo mediático” en torno al accidente y hallazgo de Julen. Hablo de criticar, de hacer crítica, de hacer análisis, si se puede y está en mi mano. No hablo de dinamitar. Y hablo del interés de muchos en que su teoría del “circo mediático” alcance visos de viralidad. Tan condenable como eso mismo que ellos tratan de condenar.

Yo no espero más repercusión que conseguir, cuando menos, que quien soporte la lectura de este documento pueda pararse a reflexionar unos minutos sobre lo que voy a expresar aquí. Si no llega a miles de personas no me interesa lo más mínimo.
Estas reflexiones me las guardo para mí, aunque, empapadas del narcisismo de todo buen periodista, esperan ser leídas por alguien más -lamento decepcionar a todos aquellos colegas que ahora mismo están viendo en mí el pálido reflejo del periodista que se cree Robinson Crusoe lanzando un mensaje en una botella al mar, la imagen que os hagáis de mí ocupa mi segundo lugar en mis preocupaciones actuales- y disfrutaría mucho si fueran comentadas y debatidas, en resumen, enriquecidas.

Comenzaré explicando para aquellos que no lo sepan, que los acontecimientos devenidos a partir de lo ocurrido el pasado domingo 13 de enero en una finca del cerro de la Corona, en Totalán, guardan en su esencia los elementos fundamentales para ser tratados como noticia. No quiero discutir aquí si fue oportuno o no dar el pistoletazo de salida con el asunto nada más producirse la primera comunicación pública del mismo. En ese sentido, y si resulta de vuestro interés, haré aquí un pequeño “despiece” de cómo comenzó todo, y si consideráis relevante que abramos un debate a partir de esto, estaré encantada de moderarlo y completarlo con mis aportaciones.

Eran las seis menos diez de aquella tarde de domingo cuando 112 Emergencias Andalucía reportaba su primer “tweet”
sobre el rescate de un niño de dos años caído a un pozo en Totalán.

No esperaron las respuestas. Desde el sinnúmero de internautas simplemente preocupados, curiosos por conocer la última hora (sí, luego volveré también a esto, al término “última hora”), hasta, por desgracia, como siempre en Twitter, los ahora llamados “cuñados” o interesados en armar ruido para, de paso, llevarse su momento de publicidad.

Éste es el caso de esta empresa de seguridad afincada en Murcia,
que en menos de seis horas ya estaba cuestionando la calidad y número del material empleado en las más inmediatas horas del rescate.

Que las dudas entren y salgan de una no es más que la consecuencia de reaccionar de manera alérgica a tan elaborado cóctel de sutilezas en el que se ha convertido (y así lleva siendo desde décadas) el mensaje que sale de los medios de comunicación. Cóctel más rico en matices, y por supuesto mucho más embriagador, en tanto el tema que es troncal en todos esos mensajes es más animal, más visceral, más próximo a lo instintivo que a lo lógico. Es realmente delirante si lo piensas fríamente. Dejar que las notas musicales de una melodía lanzada al audio 2 de un VTR (así llamamos a las noticias los periodistas en la televisión) eviten excitar tus sentimientos cuando simplemente estás atendiendo a un reportaje en televisión es imposible.

Sé de lo hablo. Y sé que quien no ha estudiado los medios, no es del oficio, no tiene casi ni idea de lo que hablo. Pero esto es tan sencillo como explicarlo. Yo tampoco sé qué efectos tiene en mi organismo cada uno de los excipientes que se integran en determinados alimentos que ingiero, y no por ello dejo de comerlos, y no por ello dejo de tener la inocente impresión de que ciertos alimentos me sentarán mejor o peor que otros, y no sabré nunca por qué, en el fondo, si no me detengo a estudiar química.

A quien se sienta delante de un televisor le mueven tantos motivos como personalidades hay en la Tierra. Eso jamás lo sabremos por más que se inventen los más sofisticados medidores de audiencia. De lo que no cabe ninguna duda es de que, como plato elaborado que es, la crónica televisiva contiene tantos ingredientes que imposible que ninguno de ellos pase por delante de nuestro cerebro sin dejar algún rastro, sin impactar, por imperceptible que sea.

He estado las últimas horas muy pendiente de las respuestas que pensaba recibir de colegas de profesión que se han lanzado prestos a condenar el tratamiento que se ha dado al caso Julen. Apelando a su formación y experiencia, he esperado que argumentaran sus acusaciones con ejemplos, pero lamento decir que he recibido la callada por respuesta.

Por desgracia para mí, yo, que he vivido estos trece días a caballo entre las llamadas de teléfono de mis compañeros enviados a Totalán, las publicaciones de la prensa digital (prensa, sí, nada de redes sociales ni pseudo periódicos digitales), y las imágenes que seguía en directo de los acontecimientos, yo... decía, no me había expuesto a determinados programas de televisión que, al parecer, han sacado toda la artillería para diseccionar, en ocasiones sin ningún rubor, todos y cada uno los matices más íntimos del caso Julen. Este encontronazo con la “realidad de la pequeña pantalla” me ha apenado y me ha dejado ya sin ganas de recibir la respuesta de esos colegas. Ya no la necesitaba, como yo misma decía, abatida, tras verlo... “he tenido suficiente".

Dejo para los expertos en otras materias el resto de toda suerte de conclusiones acerca del alcance social que ha tenido y tiene aún el suceso ocurrido en la localidad malagueña. Mi trabajo termina en el momento en que dejo de tener conocimientos y formación para opinar sobre cosas de las que no sé absolutamente nada. Por eso no voy a entrar en opiniones sobre cuestiones técnicas y organizativas, ni tampoco sobre la investigación policial sobre el caso. En el área en la que sí me encontraréis batallando es en esta: en la del análisis templado, sobre la cobertura mediática del hecho. Este es un ovillo denso, así que dejo muchos flecos abiertos a vuestra participación. Gracias por leerme.