No me parece oportuno empezar sin dar las gracias a aquellas
personas que han sido más rápidas que yo al elaborar su hipótesis y al publicarla con certeza y elegancia. Pretendo hacer lo mismo, sabiendo
que, por no ofender y, por seguro, otras muchas razones, muy poca gente se
encargará, una vez leída (de resistir tal tortura) de compartirla. Porque si mi
sólo objetivo fuera ese, estaría yo sola boicoteando mi propio proyecto.
Y no es tal mi intención.
Hablo de criticar abiertamente lo que algunos han empezado a
llamar “el circo mediático” en torno al accidente y hallazgo de Julen. Hablo de
criticar, de hacer crítica, de hacer análisis, si se puede y está en mi mano.
No hablo de dinamitar. Y hablo del interés de muchos en que su teoría del
“circo mediático” alcance visos de viralidad. Tan condenable como eso mismo que
ellos tratan de condenar.
Yo no espero más repercusión que conseguir, cuando menos,
que quien soporte la lectura de este documento pueda pararse a reflexionar unos
minutos sobre lo que voy a expresar aquí. Si no llega a miles de personas no me
interesa lo más mínimo.
Estas reflexiones me las guardo para mí, aunque, empapadas
del narcisismo de todo buen periodista, esperan ser leídas por alguien más
-lamento decepcionar a todos aquellos colegas que ahora mismo están viendo en
mí el pálido reflejo del periodista que se cree Robinson Crusoe lanzando un
mensaje en una botella al mar, la imagen que os hagáis de mí ocupa mi segundo
lugar en mis preocupaciones actuales- y disfrutaría mucho si fueran comentadas
y debatidas, en resumen, enriquecidas.
Comenzaré explicando para aquellos que no lo sepan, que los
acontecimientos devenidos a partir de lo ocurrido el pasado domingo 13 de enero
en una finca del cerro de la Corona, en Totalán, guardan en su esencia los
elementos fundamentales para ser tratados como noticia. No quiero discutir aquí
si fue oportuno o no dar el pistoletazo de salida con el asunto nada más
producirse la primera comunicación pública del mismo. En ese sentido, y si
resulta de vuestro interés, haré aquí un pequeño “despiece” de
cómo comenzó todo, y si consideráis relevante que abramos un debate a partir de
esto, estaré encantada de moderarlo y completarlo con mis aportaciones.
Eran las seis menos diez de aquella tarde de domingo cuando
112 Emergencias Andalucía reportaba su primer “tweet”
sobre el rescate de un niño de dos años caído a un pozo en Totalán.
sobre el rescate de un niño de dos años caído a un pozo en Totalán.
No esperaron las respuestas. Desde el sinnúmero de
internautas simplemente preocupados, curiosos por conocer la última hora (sí,
luego volveré también a esto, al término “última hora”), hasta, por desgracia,
como siempre en Twitter, los ahora llamados “cuñados” o interesados en armar
ruido para, de paso, llevarse su momento de publicidad.
Éste es el caso de esta empresa de seguridad afincada en Murcia,
que en menos de seis horas ya estaba cuestionando la calidad y número del material empleado en las más inmediatas horas del rescate.
Éste es el caso de esta empresa de seguridad afincada en Murcia,
que en menos de seis horas ya estaba cuestionando la calidad y número del material empleado en las más inmediatas horas del rescate.
Que las dudas entren y salgan de una no es más que la
consecuencia de reaccionar de manera alérgica a tan elaborado cóctel de
sutilezas en el que se ha convertido (y así lleva siendo desde décadas) el
mensaje que sale de los medios de comunicación. Cóctel más rico en matices, y por
supuesto mucho más embriagador, en tanto el tema que es troncal en todos esos
mensajes es más animal, más visceral, más próximo a lo instintivo que a lo
lógico. Es realmente delirante si lo piensas fríamente. Dejar que las notas
musicales de una melodía lanzada al audio 2 de un VTR (así llamamos a las noticias los periodistas en la televisión) eviten excitar tus
sentimientos cuando simplemente estás atendiendo a un reportaje en televisión
es imposible.
Sé de lo hablo. Y sé que quien no ha estudiado los medios,
no es del oficio, no tiene casi ni idea de lo que hablo. Pero esto es tan
sencillo como explicarlo. Yo tampoco sé qué efectos tiene en mi organismo cada
uno de los excipientes que se integran en determinados alimentos que ingiero, y
no por ello dejo de comerlos, y no por ello dejo de tener la inocente impresión
de que ciertos alimentos me sentarán mejor o peor que otros, y no sabré nunca
por qué, en el fondo, si no me detengo a estudiar química.
A quien se sienta delante de un televisor le mueven tantos
motivos como personalidades hay en la Tierra. Eso jamás lo sabremos por más que
se inventen los más sofisticados medidores de audiencia. De lo que no cabe
ninguna duda es de que, como plato elaborado que es, la crónica televisiva
contiene tantos ingredientes que imposible que ninguno de ellos pase por delante
de nuestro cerebro sin dejar algún rastro, sin impactar, por imperceptible que
sea.
He estado las últimas horas muy pendiente de las respuestas
que pensaba recibir de colegas de profesión que se han lanzado prestos a
condenar el tratamiento que se ha dado al caso Julen. Apelando a su formación y
experiencia, he esperado que argumentaran sus acusaciones con ejemplos, pero
lamento decir que he recibido la callada por respuesta.
Por desgracia para mí, yo, que he vivido estos trece días a
caballo entre las llamadas de teléfono de mis compañeros enviados a Totalán,
las publicaciones de la prensa digital (prensa, sí, nada de redes sociales ni
pseudo periódicos digitales), y las imágenes que seguía en directo de los
acontecimientos, yo... decía, no me había expuesto a determinados programas de
televisión que, al parecer, han sacado toda la artillería para diseccionar, en
ocasiones sin ningún rubor, todos y cada uno los matices más íntimos del caso
Julen. Este encontronazo con la “realidad de la pequeña pantalla” me ha apenado
y me ha dejado ya sin ganas de recibir la respuesta de esos colegas. Ya no la
necesitaba, como yo misma decía, abatida, tras verlo... “he tenido suficiente".
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