26 de enero de 2019

Caso Julen: ¿Cacería mediática o cacería a los medios?


Llevo muchas horas haciéndome la misma pregunta: ¿debo o no debo opinar de esto? Más allá de que el sólo formulármela ya revele sin género de dudas parte de mi condición, lo que seguro indica es que el asunto me suscita más interrogantes que respuestas.

No me parece oportuno empezar sin dar las gracias a aquellas personas que han sido más rápidas que yo al elaborar su hipótesis y al publicarla con certeza y elegancia. Pretendo hacer lo mismo, sabiendo que, por no ofender y, por seguro, otras muchas razones, muy poca gente se encargará, una vez leída (de resistir tal tortura) de compartirla. Porque si mi sólo objetivo fuera ese, estaría yo sola boicoteando mi propio proyecto. Y no es tal mi intención.

Hablo de criticar abiertamente lo que algunos han empezado a llamar “el circo mediático” en torno al accidente y hallazgo de Julen. Hablo de criticar, de hacer crítica, de hacer análisis, si se puede y está en mi mano. No hablo de dinamitar. Y hablo del interés de muchos en que su teoría del “circo mediático” alcance visos de viralidad. Tan condenable como eso mismo que ellos tratan de condenar.

Yo no espero más repercusión que conseguir, cuando menos, que quien soporte la lectura de este documento pueda pararse a reflexionar unos minutos sobre lo que voy a expresar aquí. Si no llega a miles de personas no me interesa lo más mínimo.
Estas reflexiones me las guardo para mí, aunque, empapadas del narcisismo de todo buen periodista, esperan ser leídas por alguien más -lamento decepcionar a todos aquellos colegas que ahora mismo están viendo en mí el pálido reflejo del periodista que se cree Robinson Crusoe lanzando un mensaje en una botella al mar, la imagen que os hagáis de mí ocupa mi segundo lugar en mis preocupaciones actuales- y disfrutaría mucho si fueran comentadas y debatidas, en resumen, enriquecidas.

Comenzaré explicando para aquellos que no lo sepan, que los acontecimientos devenidos a partir de lo ocurrido el pasado domingo 13 de enero en una finca del cerro de la Corona, en Totalán, guardan en su esencia los elementos fundamentales para ser tratados como noticia. No quiero discutir aquí si fue oportuno o no dar el pistoletazo de salida con el asunto nada más producirse la primera comunicación pública del mismo. En ese sentido, y si resulta de vuestro interés, haré aquí un pequeño “despiece” de cómo comenzó todo, y si consideráis relevante que abramos un debate a partir de esto, estaré encantada de moderarlo y completarlo con mis aportaciones.

Eran las seis menos diez de aquella tarde de domingo cuando 112 Emergencias Andalucía reportaba su primer “tweet”
sobre el rescate de un niño de dos años caído a un pozo en Totalán.

No esperaron las respuestas. Desde el sinnúmero de internautas simplemente preocupados, curiosos por conocer la última hora (sí, luego volveré también a esto, al término “última hora”), hasta, por desgracia, como siempre en Twitter, los ahora llamados “cuñados” o interesados en armar ruido para, de paso, llevarse su momento de publicidad.

Éste es el caso de esta empresa de seguridad afincada en Murcia,
que en menos de seis horas ya estaba cuestionando la calidad y número del material empleado en las más inmediatas horas del rescate.

Que las dudas entren y salgan de una no es más que la consecuencia de reaccionar de manera alérgica a tan elaborado cóctel de sutilezas en el que se ha convertido (y así lleva siendo desde décadas) el mensaje que sale de los medios de comunicación. Cóctel más rico en matices, y por supuesto mucho más embriagador, en tanto el tema que es troncal en todos esos mensajes es más animal, más visceral, más próximo a lo instintivo que a lo lógico. Es realmente delirante si lo piensas fríamente. Dejar que las notas musicales de una melodía lanzada al audio 2 de un VTR (así llamamos a las noticias los periodistas en la televisión) eviten excitar tus sentimientos cuando simplemente estás atendiendo a un reportaje en televisión es imposible.

Sé de lo hablo. Y sé que quien no ha estudiado los medios, no es del oficio, no tiene casi ni idea de lo que hablo. Pero esto es tan sencillo como explicarlo. Yo tampoco sé qué efectos tiene en mi organismo cada uno de los excipientes que se integran en determinados alimentos que ingiero, y no por ello dejo de comerlos, y no por ello dejo de tener la inocente impresión de que ciertos alimentos me sentarán mejor o peor que otros, y no sabré nunca por qué, en el fondo, si no me detengo a estudiar química.

A quien se sienta delante de un televisor le mueven tantos motivos como personalidades hay en la Tierra. Eso jamás lo sabremos por más que se inventen los más sofisticados medidores de audiencia. De lo que no cabe ninguna duda es de que, como plato elaborado que es, la crónica televisiva contiene tantos ingredientes que imposible que ninguno de ellos pase por delante de nuestro cerebro sin dejar algún rastro, sin impactar, por imperceptible que sea.

He estado las últimas horas muy pendiente de las respuestas que pensaba recibir de colegas de profesión que se han lanzado prestos a condenar el tratamiento que se ha dado al caso Julen. Apelando a su formación y experiencia, he esperado que argumentaran sus acusaciones con ejemplos, pero lamento decir que he recibido la callada por respuesta.

Por desgracia para mí, yo, que he vivido estos trece días a caballo entre las llamadas de teléfono de mis compañeros enviados a Totalán, las publicaciones de la prensa digital (prensa, sí, nada de redes sociales ni pseudo periódicos digitales), y las imágenes que seguía en directo de los acontecimientos, yo... decía, no me había expuesto a determinados programas de televisión que, al parecer, han sacado toda la artillería para diseccionar, en ocasiones sin ningún rubor, todos y cada uno los matices más íntimos del caso Julen. Este encontronazo con la “realidad de la pequeña pantalla” me ha apenado y me ha dejado ya sin ganas de recibir la respuesta de esos colegas. Ya no la necesitaba, como yo misma decía, abatida, tras verlo... “he tenido suficiente".

Dejo para los expertos en otras materias el resto de toda suerte de conclusiones acerca del alcance social que ha tenido y tiene aún el suceso ocurrido en la localidad malagueña. Mi trabajo termina en el momento en que dejo de tener conocimientos y formación para opinar sobre cosas de las que no sé absolutamente nada. Por eso no voy a entrar en opiniones sobre cuestiones técnicas y organizativas, ni tampoco sobre la investigación policial sobre el caso. En el área en la que sí me encontraréis batallando es en esta: en la del análisis templado, sobre la cobertura mediática del hecho. Este es un ovillo denso, así que dejo muchos flecos abiertos a vuestra participación. Gracias por leerme. 

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